viernes, 19 de marzo de 2010

Filosofando a martillazos



La moral como antinatural

Todas las pasiones atraviesan una etapa en que son pura fatalidad, abismando a su víctima por el peso de la insensatez, y por otra, muy posterior, en que se desposan con el espíritu, se “espiritualizan”. En tiempos pasados,  a  causa de  la  insensatez  inherente a  la pasión, se hizo la guerra a la misma trabajando por su destrucción; todos los antiguos monstruos  de  la moral  coincidían  en  exigir: “hay que acabar con, las pasiones”. La fórmula más célebre al respecto está en el Nuevo Testamento, en ese Sermón de la Montaña, donde, dicho  sea de paso, nada  se contempla desde  lo alto. Allí  se dice, por ejemplo, con  respecto a  la sexualidad: “Si te fastidia tu ojo, sácalo.” Por fortuna, ningún cristiano cumple  tal precepto. Destruir las pasiones y los apetitos nada más que para prevenir su insensatez y las consecuencias desagradables de su insensatez se nos antoja hoy, a su vez, una mera  forma aguda de  la insensatez. Ya no admiramos a los dentistas, que extraen los dientes para que no duelan más... Ahora bien, admitamos en honor a la verdad que  en  el  clima  en  que  nació  el cristianismo ni podía concebirse  el concepto “espiritualización de la pasión”. Sabido es que la Iglesia primitiva luchó contra los “inteligentes” en favor de los  pobres  de espíritu; ¿cómo iba a librar a la pasión una guerra inteligente? Combate la Iglesia la pasión apelando a la extirpación de todo sentido; su práctica, su “cura”, es la castración. Jamás pregunta: “¿Cómo se hace para espiritualizar, embellecer, divinizar un apetito?” En todos los tiempos ha hecho recaer el  acento de la disciplina recomendando la exterminación de la sensualidad, el orgullo, el afán de dominar, la codicia y la sed de venganza. Mas atacar por la base las pasiones significa atacar por la base la vida misma; la práctica de la Iglesia es antivital... 

F.Nietzche, Cómo se filosofa a martillazos

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