lunes, 31 de mayo de 2010

La vida te da sorpresas

Hace cuatro días estrené la mañana con una insatisfacción tan profunda por mi existencia que dediqué el día a diluirme. Los medios que utilicé son esos que nunca son buenos como fines, esos a los que recurrimos quienes sabemos de la deriva de la conciencia por los laberintos de la inconsciencia. Con un empeño que si utilizara para crear me haría temblar de gozo y al que reservo con estúpida frecuencia para destruirme, vagabundeé por la casa aturdiéndome a porros, comiendo cosas que me sientan mal y emborrachándome en la medida de mis posibilidades, bastante magras últimamente. Acabé despidiendo el día tan temprano que el descanso nocturno fue una larguísima siesta que se prolongó hasta la mañana.

Una vez descansada, y olvidada de la imbecilidad humana a la que contribuyo sin piedad, salí en busca de alegría. Me dispuse a estar abierta, desprejuiciada, receptiva y creativa, sensible a la temporalidad que nos atraviesa y nos hace confundir lo que pensamos que somos, lo que fuimos y lo que deseamos ser, esa fragilidad de estar en un tiempo que no entendemos, encarnada en cuerpos con fecha de caducidad, en deseos de trascendencia y en lodazales de cosas muertas.

He pasado estos últimos cuatro días bordando encuentros en los que disfruté de conocer, compartir, bailar, trabajar, planificar, recordar y soñar con gente conocida y desconocida; cuatro días de circo, música, baile, viajes, sol, comidas compartidas y espacios abiertos; cuatro noches de resaca de luna llena, de caprichos de primavera, brotes de verano y frutos del invierno… Y hoy estoy sorprendida de los millones de detalles que se imbrican creando mundos, relaciones, espacios y tiempos tan dispares, únicos y aparentemente idénticos como lo que suponemos estrellas en el firmamento. Nada sabemos de ellas, sólo son puntos brillantes para nuestras pobres miradas: igual que los miles de mundos que crean y destruyen eso que llamamos “nuestra vida”. Esos mundos que – en nuestro afán por entender, atrapar y preservar – ignoramos, obviamos, anulamos, dejamos morir de hambre en aras de un futuro mejor.

Cada vez que ordeno, clasifico y archivo mato posibilidades, deseos, vivencias, líneas de fuga. Fulanito ocupa tal rol, menganita tal función; esto que hago sirve para tal objetivo, aquello otro para la satisfacción de tal necesidad; ahora planifico, mañana recuerdo… Afortunadamente la vida es algo más, al menos para aquellas personas afortunadas que tenemos la posibilidad – o el deber – de actuar más allá de la satisfacción de las necesidades básicas para la supervivencia, es decir, comer, beber y cagar.

Hoy pude acometer la banal tarea de eliminar los gérmenes que se reproducían en la cocina a ritmo primaveral, con la alegría de saber que si todo estaba hecho un asco era porque la putrefacción es a veces producto de un exceso de florecimiento. Como cuando el fitoplancton se desarrolla tanto que acaba descomponiéndose y matando peces, mis deseos y reivindicaciones de libertad y autonomía acabaron devorándose el cuerpo que los encarnaba por un exceso de nutrientes. Así fue como hace un tiempo comencé una desintoxicación que se inició con un dieta vegana y está alcanzando ya mis relaciones sociales y los espacios y tiempos que habito y decoro. Porque cuando empiezas a expulsar toxinas, te das cuenta que las entrañas son uno de los últimos eslabones de la cadena alimenticia: si te decides por una limpieza a fondo, hay que ir bastante más allá. No todo lo que nos alimenta es comida: el empujón en el metro, esa relación que te hace daño, aquel libro, esa música… son alimentos, y no siempre comestibles.

Como vivimos en una sociedad excrementicia que le encanta envolver y decorar las aparentemente infinitas posibilidades de la miseria y nos vende a precio de oro mierda enlatada, reluciente gracias a papeles de regalo brillantes y crujientes como pan tostado elaborado sin harina, nos acostumbramos a engullir lo que se nos eche en la mesa. A golpe de café descafeinado, desinformación televisada, relaciones de conveniencia, conservantes y colorantes consumimos substitutos al ritmo que respiramos. Pero hasta el aire está falsificado. Y lo más gracioso: reclamamos la autenticidad como pasaporte de la verdad.

La buena noticia es que cagar es una de nuestras necesidades imprescindibles, por lo que siempre estamos a tiempo de situar los excrementos en su sitio, es decir, fuera de las entrañas, lejos de las espaldas, sin que se nos metan entre los dedos de los pies porque los hemos devuelto a la tierra para que la nutran y den lugar a otras vidas. A veces el exceso de putrefacción provoca diarreas y malestares diversos, pero un poco de kéfir en ayunas y un Chai calentito hacen milagros. Así que voy aprendiendo a cagar con alegría y responsabilidad, y quizás gracias a eso estos últimos días he recibido el hermoso regalo que trae consigo la afinidad amorosa cuando le dejas entrar en casa: momentos creados por esa mezcla de necesidad y sorpresa que es el aroma de la convivencia.

Compartimos espacio y tiempo con otros seres que tendemos a ignorar o aceptar según nos caigan bien o mal, nos convengan o no. Y esa ceguera nos impide disfrutar de la incomprensible – desde nuestra mortalidad – magia de la vida: necesitas a esos seres tanto como una célula a otra: derivas de ellos y otros derivarán de ti, te alimentas en el mismo medio amable o hostil, bailas la misma música del devenir en la misma pista de baile. Y cuando las células mueren, que lo hacen a millones, hay que dejarlas ir. Enterrarlas. Ayudarlas a desaparecer.

Desde este punto de vista, la improvisación y el olfato son armas imprescindibles. La improvisación porque para actuar creando necesitas romper moldes y bailar entre las ruinas con la música que suene. El olfato porque para poder escoger un camino es necesario distinguir el olor a podrido del aroma a lilas. Y saber cuál conviene en cada momento.


Me despido con la imagen de un caganer, inteligente tradición catalana que nos recuerda la necesidad de cagar y de hacerlo en el sitio adecuado (en su caso, es el pagès - campesino- que abona los pesebres. 

1 comentario:

anonimo dijo...

ai el caganer, sabias que el ayunta de la ciudad condal, se lo ha eliminado del persebre municipal porque incita al "incivismo". Pa una cosa graciosa que tienen van y la censuran. Remedio de mi abuela, para la prision de vientre: penetrar el tallo de la col, lubricado con aceite de oliva (mejor bio) por el anus. Funciona y dá gustirrin.