Yo fui a comerles la olla sobre la generación de imposibles desde la performance y el juego, sobre la necesidad de repensar nuestras abstracciones desde la transversalidad, sobre la ética punk y su importancia para la supervivencia, y sobre estrategias actuales para las artistas (sub)e-mergentes. Lo que no sabía cuando fui es como me atravesaría la performance que nos regaló Itxaso Corral esa misma tarde. Se llamaba "mujer hecha y derecha" y tenía efecto retardado. A mí me atacó al día siguiente, en medio de la belleza silenciosa pero nada modesta de la Cerdanya francesa, y me arrastró un alud de lágrimas desde un lugar que siempre prefiero olvidar. Como tengo la suerte de que me gusta escribir, las palabras me ayudaron en el proceso, que me hizo recordar que el cuerpo no olvida, suma y sigue.
Os dejo con mi vómito post_perfo y prometo más cosas sobre el Reality Creation Kit para otro post porque da para mucho. Y si tienen la oportunidad de ir a alguna perfo de Itxaso, no se la pierdan.
La veía de perfil. La huella negra del rotulador dejaba un silbido en el aire, como si las palabras fueran deslizándose por la nieve. Dijo algo como “descomponer la sintaxis de la frase”. Descomponer la sintaxis. Abrir la frase en canal e ir tirando de las entrañas sin miedo al hedor.“Yo: sujeto. Llevo: verbo principal. Conmigo: complemento circunstancial, en este caso de lugar (“dónde llevo”). El último aliento: complemento directo. Que exhaló mi padre: oración subordinada. Exhaló: verbo de la subordinada. Mi padre: sujeto de la subordinada. Que: …”Estaba inclinada levemente sobre el papel. Ahora no recuerdo si todavía llevaba el vestido blanco de novia. “Estamos aquí para casarnos”, creo que dijo. Y yo sentí que estábamos comprometiéndonos a crear ese momento entre ella y quienes la mirábamos desde nuestras sillas ubicadas alrededor de la gran mesa rectangular.La audiencia éramos el contexto, su útero. Ella no se estaba casando, creo que más bien iba a parir. Al principio tuve un poco de desconfianza. Sobre todo cuando dijo que confiaría en nosotros. Nosotras. Qué atrevida, pensé. Igual es que quiere engañarnos, sospeché. Entonces le mire fijamente a los ojos, porque ella te buscaba. No miraba hacia la nada, te miraba a ti. Y en su mirada, o mejor, en la expresión de sus labios, su mandíbula, su pecho ancho todo entregado hacia adelante, había dolor. Un dolor que casi asustaba, y que ella había venido a compartir con esa gente que quizás conocía o quizás no, y a la cual iba a entregarse. Desnuda. Con las tripas abiertas. Como la frase, pero sin subordinada. Qué valiente, pensé. Qué hermoso arrojo, esa necesidad de sacar el dolor. Vomitarlo. Cagarlo. Porque no es de ella, no. Parecía más bien el dolor de estar viva y sentir la muerte.…(entonces no lloré, sonreía y disfrutaba. Sentía que cada vez que ella tiraba sus brazos hacia adelante cuando bailaba exhalaba dolor. Su dolor. Mi dolor. Nuestro dolor. Ella nos limpiaba. Pero ahora, recordando, lloro. Lloro a pesar de la montaña nevada que se impone sobre el recuerdo de todos los páramos. Lloro a pesar de la blancura de la nieve que enceguece todo atisbo de nostalgias tropicales.)…“Llevo conmigo el último aliento que exhaló de mi padre.” Un instante, apenas. Una eternidad, casi. El tiempo de un aliento.…Llegué a mi casa a las once, la habitación estaba helada. Me senté frente a la llar de foc. Me hice un porro. Le dí su tiempo. No lo necesitaba, pero él estaba allí, esperando. Antes de la primera calada empecé a sentir la frase como el silbido de un tren de los antiguos. Un rumor sigiloso que se anunciaba como un tropel de viajeros inesperados. Pero el tren pasa y se va, en cambio la frase vino para quedarse. Caía en el silencio como nieve derritiéndose al ritmo de un cielo nublado. Me llamaba hacia un tiempo que está en mí como un sueño. Un tiempo que no puedo recordar. Un tiempo que no puedo olvidar.“Llevo conmigo el último aliento de mi padre.”Empezó a llorar en la última mitad de la performance. Entonces ya llevaba la camiseta verde con flequitos que decía algo así como “recuerdo de Benidorm”. Me hizo mucha gracia porque me pareció ridícula. “Siempre viene mi madre a mis espectáculos, pero como esta vez no ha podido ser, me pongo la camiseta que me regaló.” Su madre no pudo venir. El último aliento de su padre.…No podía seguir negándolo, pero prefería pensar que todo era ficción. Que la vida es una ficción en la que las madres van a los espectáculos y regalan camisetas de benidorm y los padres no exhalan su último aliento. Pero ella parecía moverse al ritmo del último aliento de su padre. Y su madre no había podido venir. Y la performance no era una ficción. Pero yo sonreía. Y ella también. Y nos miraba.
El fuego está casi apagándose. El porro también. Entonces todavía no lloro porque sólo puedo dejar que la frase ocupe todo mi cerebro. Cerebro. Ella hizo un masaje a un cerebro. Pero el último aliento de su padre no está en su cerebro. Está en su piel, su mirada, su sonrisa que llora y mis lágrimas a pesar de la nieve y la montaña. Está en la pureza del vestido blanco y la graciosa camiseta verde con flecos de benidorm que le quedaba tan bien porque le dejaba desnuda, desnuda y helada porque nada podría quitarle el frío del último aliento de su padre. Pero a la vez le abrigaba porque era el regalo de su madre y porque nosotros, nosotras, estábamos allí y le mirábamos. Y pudimos sentir con ella el último aliento de su padre.
Tienes suerte, Itxaso. No todas hemos tenido ni tendremos la suerte de llevar camisetas verdes de benidorm para apenas cubrir las entrañas abiertas a latigazos por el último aliento de nuestros padres.Gracias. Gracias. Gracias.