miércoles, 3 de febrero de 2010

El último

El último breve porque lo bueno si breve, dos veces bueno. 




ATARDECER EN LA PLAYA

      La señorita Gálvez no tiene tiempo de pensar en la última vez que vio a su hermano el que murió ni de imaginar la última vez que verá al que está por morir, en cosa de meses. No tiene tiempo tampoco de ver el mar ahora que está en una terraza con vista a la playa, ni sabe si tendrá tiempo de recordar el barco que ve cuando ya no lo tenga enfrente. Ni mucho menos tiene tiempo de tratar de averiguar porqué, a veces y sin aviso, piensa en una carretera solitaria por la que va, con árboles y en invierno, como si saliera de una biblioteca o estuviera al lado de José, con quien se iba a casar pero se fue, o se murió , o la olvidó. No tiene tiempo de adivinar porqué sueña con gente que se fue como José, o que se murió como José, sí sabe que cuando ella estuvo con ellos no pensó más en ellos de lo que cualquiera pensaría, no tiene tiempo de hacer caso a los recuerdos que laman de pronto a su memoria; los rostros, las palabras de la gente a la que quiere. Ni tiene tiempo de detenerse a imaginar qué están haciendo esas gentes a las que quiere, si se encontraron al fin con quien se iban a encontrar, si les fue bien o si están tristes. La señorita Gálvez no tiene tiempo porque no quiere saber más de la cuenta, ni imaginar lo que la cuenta no quiere que imagine. Ese barco es la vida que va pasando, y ella también está muriendo, y va siendo olvidada por la gente, hecha a un lado, como recuerdo, a favor de la brisa que hay que sentir, el libro que hay que leer, la gente a la que hay que oír porque está aquí, ahora, y el presente es lo único que tienes.

Bárbara Jacobs

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